miércoles, 11 de marzo de 2015

De San Francisco a Los Ángeles en coche bajando por la Pacific Coast Highway

De todo lo que hemos visto en nuestra semana americana, me quedo sin duda con la carretera más bonita de todas, la Pacific Coast Highway. Además, agradezco a todos aquellos que me han desanimado a no hacerla porque han hecho con que la ruta me pareciera aun más especial.


Como ya os he dicho otras veces, cuanto más mayor me hago menos planeo los viajes. He aprendido con la edad que a veces hay que dejarse sorprender por la vida, que crear demasiadas expectativas por algo no es bueno (ya que la probabilidad de que te decepciones es aun más grande) y que la opinión de los demás es bien venida pero que debes tener cuidado con ella.


Antes de embarcarnos a América, mucha gente nos desanimó a hacer este viaje en coche. Casi todos coincidían en lo mismo: mucha cosa que ver para el poco tiempo que teníamos. Otros decían que nos costaría demasiado tiempo bajar por esta pintoresca carretera y que si tuviéramos la mala suerte de encontrar un camión en medio, no llegaríamos nunca a Los Ángeles. Incluso hubo alguno que se atrevió a decir que "tampoco es tan bonita". Me alegro de que sea yo tan cabezota y haya insistido en que la iba a hacer de todas formas, por el simple hecho de que me daba la gana (y un poco porque me gusta contrariar a la gente). Razón más que suficiente.


Salimos de San Francisco más tarde de lo que nos gustaría, enfrentamos unos kms de atascos típicos de cualquier ciudad grande y tomamos la ruta que nos indicaba el GPS hacia la costa. El primer tramo de la carretera es el famoso Big Sur, una zona de acantilados que emergen abruptamente del Océano Pacífico.


Llevábamos un rato babeando por la ventana del coche mientras admirábamos las vistas cuando el estómago nos recuerda de que hay que comer. Paramos en el siguiente pueblo que encontramos cuando veo a una oficina de turismo. Con lo que me gustan las oficinas de turismo, más que deprisa me metí dentro a pedir un mapa de la costa y a preguntarle a aquella simpática señora donde podríamos comer. Ella me pregunta si teníamos prisa y ante mi negativa nos indica seguir conduciendo 45min más hasta llegar al restaurante Nepenthe. El único comentario que ha hecho sobre el local es que tenía buenas vistas, pero no le dimos mucha importancia porque toda la costa tiene buenas vistas. Le hicimos caso y seguimos hasta allí y por supuesto ha sido una decisión acertada.

El local lleva abierto desde 1949, no es de los más baratos (pagamos casi 60 USD por dos bocatas + bebida) pero todo se compensa con las vistas. Y vaya vistas. Además, está medio escondido en la vegetación y lo único que escuchas mientras comes es el ruido de los pájaros que vuelan por la zona. Idílico.


Después de comer, seguimos bajando por la ruta medio anestesiados con una carretera tan preciosa. Cada pocos kms tienes miradores donde parar a admirar un poco más la costa. Y gracias a los varios puntos de obras a lo largo de la carretera, estás obligado a ir despacio, una excusa más para disfrutar del paisaje.


Unos kms más adelante se terminan los acantilados y poco a poco la carretera se va acercando al mar. Y entonces es cuando, desde lejos, vemos varios puntos negros en la arena de la playa. En un primer momento pensé que eran piedras, pero al acercarse nos damos cuenta de que en realidad son cientos de elefantes marinos. Esta sí que no me lo esperaba, me he emocionado tanto que parecía una niña abriendo regalos de navidad. Elefantes marinos libres en la playa, en medio de esta carretera de sueño. Pellízcame porque eso no puede ser real, pero lo era.


Aunque los simpáticos bichos están presentes por toda la costa de California, paramos el coche en Piedras Blancas, punto de encuentro de cientos de elefantes marinos y cuidadosamente preparada para que los visitantes puedan acercarse a ellos sin molestarles.


Hacia el final de 1800, los elefantes marinos han sido intensamente cazados por pescadores en busca de su aceite de extrema calidad. Después de décadas de una caza sin control, muchos pensaban que estaban extinguidos hasta que un bonito día un pequeño grupo ha sido encontrado en la Isla Guadalupe, cerca de la costa de Baja California. Todos los elefantes marinos que ocupan la zona a día de hoy son descendientes de aquel pequeño grupo.


Apenas en 1990 los elefantes marinos empezaron a ocupar la zona, al principio los biólogos contaron poco más de una docena pero desde entonces se han multiplicado y a día de hoy se estima de que hay más de 15.000 por toda la costa. De hecho, creo que hemos llegado después del baby-boom porque habían muchísimos elefantitos junto a sus madres.


Desde 1997 un grupo de voluntarios protege estos animales además de educar a los visitantes para que les respete. Y desde 1972 están protegidos por ley en Estados Unidos.

Después del momento de ternura con los elefantitos, pasamos por los viñedos californianos que adornaban la carretera de ambos lados. Para el que no sabe, California tiene fama de producir excelentes vinos gracias a su buen tiempo durante todo el año. El sol se ha puesto mientras conducíamos, llegamos a Los Ángeles por la noche cansados pero contentos.

Mi consejo: no siempre la opinión de los demás es la mejor. A veces hay que ser un poco cabezota y hacer lo que a uno le apetece. Es cierto que la ruta nos ha quitado tiempo de visita en Los Ángeles, pero al final la valido la pena, y mucho.