De todo lo que hemos visto en nuestra semana americana, me
quedo sin duda con la carretera más bonita de todas, la Pacific Coast Highway.
Además, agradezco a todos aquellos que me han desanimado a no hacerla porque
han hecho con que la ruta me pareciera aun más especial.
Como ya os he dicho otras veces, cuanto más mayor me hago
menos planeo los viajes. He aprendido con la edad que a veces hay que dejarse
sorprender por la vida, que crear demasiadas expectativas por algo no es bueno
(ya que la probabilidad de que te decepciones es aun más grande) y que la
opinión de los demás es bien venida pero que debes tener cuidado con ella.
Antes de embarcarnos a América, mucha gente nos desanimó a
hacer este viaje en coche. Casi todos coincidían en lo mismo: mucha cosa que
ver para el poco tiempo que teníamos. Otros decían que nos costaría demasiado
tiempo bajar por esta pintoresca carretera y que si tuviéramos la mala suerte
de encontrar un camión en medio, no llegaríamos nunca a Los Ángeles. Incluso
hubo alguno que se atrevió a decir que "tampoco es tan bonita". Me
alegro de que sea yo tan cabezota y haya insistido en que la iba a hacer de
todas formas, por el simple hecho de que me daba la gana (y un poco porque me
gusta contrariar a la gente). Razón más que suficiente.
Salimos de San Francisco más tarde de lo que nos gustaría,
enfrentamos unos kms de atascos típicos de cualquier ciudad grande y tomamos la
ruta que nos indicaba el GPS hacia la costa. El primer tramo de la carretera es
el famoso Big Sur, una zona de acantilados que emergen abruptamente del Océano
Pacífico.
Llevábamos un rato babeando por la ventana del coche
mientras admirábamos las vistas cuando el estómago nos recuerda de que hay que
comer. Paramos en el siguiente pueblo que encontramos cuando veo a una oficina
de turismo. Con lo que me gustan las oficinas de turismo, más que deprisa me
metí dentro a pedir un mapa de la costa y a preguntarle a aquella simpática
señora donde podríamos comer. Ella me pregunta si teníamos prisa y ante mi
negativa nos indica seguir conduciendo 45min más hasta llegar al restaurante Nepenthe.
El único comentario que ha hecho sobre el local es que tenía buenas vistas,
pero no le dimos mucha importancia porque toda la costa tiene buenas vistas. Le
hicimos caso y seguimos hasta allí y por supuesto ha sido una decisión
acertada.
El local lleva abierto desde 1949, no es de los más baratos
(pagamos casi 60 USD por dos bocatas + bebida) pero todo se compensa con las
vistas. Y vaya vistas. Además, está medio escondido en la vegetación y lo único
que escuchas mientras comes es el ruido de los pájaros que vuelan por la zona.
Idílico.
Después de comer, seguimos bajando por la ruta medio
anestesiados con una carretera tan preciosa. Cada pocos kms tienes miradores
donde parar a admirar un poco más la costa. Y gracias a los varios puntos de
obras a lo largo de la carretera, estás obligado a ir despacio, una excusa más
para disfrutar del paisaje.
Unos kms más adelante se terminan los acantilados y poco a
poco la carretera se va acercando al mar. Y entonces es cuando, desde lejos,
vemos varios puntos negros en la arena de la playa. En un primer momento pensé
que eran piedras, pero al acercarse nos damos cuenta de que en realidad son
cientos de elefantes marinos. Esta sí que no me lo esperaba, me he emocionado
tanto que parecía una niña abriendo regalos de navidad. Elefantes marinos
libres en la playa, en medio de esta carretera de sueño. Pellízcame porque eso
no puede ser real, pero lo era.
Aunque los simpáticos bichos están presentes por toda la
costa de California, paramos el coche en Piedras Blancas, punto de encuentro de
cientos de elefantes marinos y cuidadosamente preparada para que los visitantes
puedan acercarse a ellos sin molestarles.
Hacia el final de 1800, los elefantes marinos han sido
intensamente cazados por pescadores en busca de su aceite de extrema calidad.
Después de décadas de una caza sin control, muchos pensaban que estaban
extinguidos hasta que un bonito día un pequeño grupo ha sido encontrado en la
Isla Guadalupe, cerca de la costa de Baja California. Todos los elefantes
marinos que ocupan la zona a día de hoy son descendientes de aquel pequeño
grupo.
Apenas en 1990 los elefantes marinos empezaron a ocupar la
zona, al principio los biólogos contaron poco más de una docena pero desde
entonces se han multiplicado y a día de hoy se estima de que hay más de 15.000
por toda la costa. De hecho, creo que hemos llegado después del baby-boom
porque habían muchísimos elefantitos junto a sus madres.
Desde 1997 un grupo de voluntarios protege estos animales
además de educar a los visitantes para que les respete. Y desde 1972 están
protegidos por ley en Estados Unidos.
Después del momento de ternura con los elefantitos, pasamos
por los viñedos californianos que adornaban la carretera de ambos lados. Para
el que no sabe, California tiene fama de producir excelentes vinos gracias a su
buen tiempo durante todo el año. El sol se ha puesto mientras conducíamos,
llegamos a Los Ángeles por la noche cansados pero contentos.
Mi consejo: no siempre la opinión de los demás es la mejor.
A veces hay que ser un poco cabezota y hacer lo que a uno le apetece. Es cierto
que la ruta nos ha quitado tiempo de visita en Los Ángeles, pero al final la
valido la pena, y mucho.
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