El día empezó muy pronto, a las 6am ya estábamos caminando. Los primeros 10kms han pasado rápido, hacia fresquito y casi nada de pendiente.
Poco antes de El Ganso los tobillos han empezado a rendirse y fuimos obligados a parar, poner hielo, drogarnos un poco más con pastillas analgésicas, alimentar los músculos con plátano al estilo Nadal y seguir hasta Rabanal del Camino.
Han sido 7km sin ningún pueblo en medio, pero gracias a que el paisaje ha cambiado y ya no teníamos que aguantar kms de maizales, se hacía más llevadera la caminata.
Rabanal es una monada de pueblo, es una pena que llegamos justo en el momento en el que todos los pueblerinos se juntaban en la iglesia para el entierro de alguien y obviamente no queríamos hacernos los turistas pesados metiéndonos en medio de un momento tan delicado.
Paramos en un bar a reponer fuerzas antes de la gran subida a Foncebadón, 5,6km de caminos de cabras bajo 30 grados y ni una pizca de viento. Avanzábamos despacio pero sin pausa, deseando que Foncebadón surgiera tras cada curva.
Al final hemos visto el pueblo, literalmente después de la última curva ahí haciéndose de rogar.
El pueblo ha sido abandonado en los 60's y hace no mucho algunos herederos han decidido revivirlo aprovechando el tirón de los peregrinos.
Hoy nos quedamos a dormir en un albergue privado, pequeñito pero acogedor. El chico que lleva el local nos estuvo contando que su padre nació aquí y se marchó a los 11 años a la "ciudad grande" donde la vida era más fácil. No me extraña, el pueblo se queda aislado en invierno cuando nieva ya que ni las maquinas son capaces de abrir paso.
Birra va, birra viene terminamos la noche con un mexicano tocando la guitarra acústica, un grupo de chinos grabando un documental sobre el camino para la televisión china y una cena casera que ha hecho de mi estómago un órgano más feliz.
Hasta he conocido a un francés muy majo que me ha insistido en que cuide mis ampollas con su crema de ácido hialurónico que según él es lo mejor para que se cicatrice más rápido. Yo, obviamente, le he hecho caso.
Pero antes de irme, tengo que dar especial gracias a Spotify por proporcionarme música ilimitada mientras subo los Montes de León y a uno que me ha enganchado a la app (tu bien sabes que hablo de ti!).
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