El día empezó pronto, cogimos un tren desde Valladolid a León a las 6:00 y dos horas más tarde ya estábamos caminando. El primer día todo es muy bonito, tienes toda la energía del mundo, ninguna agujeta y tampoco ampollas, sin hablar de las ganas en empezar ya a caminar. Esto ha ayudado a que pudiéramos avanzar los primeros 10kms bastante rápidos hasta Valverde de la Virgen, donde tuvimos que hacer una parada para poner tiritas en los pies porque las botas ya empezaban a rozar anunciando ampollas en breve.
No me he quejado de haber madrugado más que el sol para coger el tren a León (madrugar definitivamente no es lo mio), y tras 10kms andando y las tres primeras ampollas dando señales de vida aún seguía con ganas de más. Pero tengo que confesar que los siguientes 15kms se han hecho eternos, sobretodo entre Villadangos del Páramo y San Martín. Fue entonces cuando empecé a comprender todos los relatos de peregrinos que he leído y que decían que la llanura castellana puede ser dura.
Desde Villadangos del Páramo hasta San Miguel del Camino hay una linea recta con plantaciones de maíz por ambos lados, tanto que puedes ver a San Miguel al fondo mientras caminas. No se si el hecho de que puedas ver San Miguel es bueno o malo, porque realmente parece mucho más cerca de lo que está. En este momento, tengo que dar mis más sinceras gracias a los muchos conductores que te pitan y saludan desde la carretera cuando pasan por ti. Es como un soplo de ánimo muy bienvenido.
He de decir que no soy una persona muy deportista, apenas me he preparado para el camino y tengo un aguante pulmonar = cero para cualquier actividad física. Una persona mejor entrenada seguramente habría hecho este tramo sin que se le cayera una sola gota de sudor, pero no solo de deportistas está hecho el mundo, ¿no?
Cuanto más cansada estaba, más despacio caminaba y por lo tanto mas lenta se hacia la etapa alargando el sufrimiento que tenia en aquel momento. Era como un bucle, o quizás como una bola de nieve que se va haciendo tan grande que ya no puedes cargar con ella. El sol ya calentaba bastante para la hora que era, no había ni un solo árbol en los últimos kms donde escondernos y las piernas parecían que habían corrido un maratón. En estos momentos te das cuenta que en el Camino, tu fortaleza mental es mucho más importante que la física, y cuando crees que no puedes más... resulta que sí puedes.
Tras horas andando y haber oído incontables "venga cariño, que solo nos quedan unos pocos kms más", llegamos a San Martín y entramos en el primer albergue que anunciaba "Menú del Peregrino". Mala elección: el menú era lo más graso que podía haber, la ensalada sabia a vinagre de bote (todos los ingredientes - excepto la lechuga - eran de botes de conserva) y en el momento de pagar nos enteramos de que la bebida no iba incluida aunque en la publicidad lo anunciaran como su fuera un menú completo. Nos enfadamos tanto con el albergue que decidimos buscar otro lugar donde dormir, volvimos entonces a la entrada del pueblo donde habíamos visto un albergue con hamacas colgadas que no salía de mi cabeza y la verdad es que la elección ha sido estupenda.
El albergue que elegimos es pequeño, pero está nuevo y muy limpio, los hospitaleros han sido muy educados, el precio es lo que se espera de un alojamiento de peregrinos (ni ha sido el mas caro, ni el más barato donde hemos dormido) pero lo mejor de todo es que tienen su propia huerta y la cena está hecha con productos cultivados por ellos. Nada que comparar con la comida grasa de medio día.
Pasamos el resto del día tumbados, relajando y cuidando de los píes para que aguantaran mejor el segundo día. Esta vida de Peregrino ya me estaba empezando a gustar...
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